Un ser es un FARO, su constitución: un esqueleto, singularidad exquisita.
Su mirada un haz de luz.
La marea su corazón.
El cielo, una esperanza compartida.
Yo remo en esa marea, marea de mares, de corazones.
Abato mis brazos
venzo grandes olas, saboreando sin ganas las distancias.
Entre FAROS voy reconociendo
y observando perplejo luces: su vocabulario.
Entonces lentamente comienzan a llover vocales sobre mí,
caen en mi bote, en mi cara pero el viento: Su ego, las confina en mi interior,
así entonces no fue en vano su caída.
Pero a veces no salgo a navegar,
porque a veces soy también un FARO,
solo mis ojos recorren esas distancias y en la noche,
en esos destellos busca el sonido distante de sus vocales.
Mi corazón entonces calcula esas distancias y se acongoja,
se entristece y comienza poco a poco
a ser su propio temporal.
Yo percibo esto sin entusiasmo,
comprendo mi corazón dolorido de distancias y frustraciones.
Este temporal es tan ciego como su fuerza.
Amanece, el cielo aquieta mi corazón.
Aliviado, la templanza vuelve un poco sobre mí.
Tomo mi corazón y pasan muchas horas antes de decidir dejarlo,
teniendo una vaga certeza de que estará mejor.
Cansado, me duermo, pero yo también sueño,
sueño y recuerdo algunas miradas, luces;
sé que debiera poner aún mas cuidada atención en mis viajes por las noches,
pero el mar es tan grande y no termino
de conocer ningún FARO lo suficiente para darme por satisfecho,
aquello alimenta mi coraje de marinero solitario.
El sonido telúrico de los mares me despierta y
yo salgo de MI FARO a navegar,
con un dejo de esperanza en la mirada;
la avidez de muchas noches de espera,
atadas una a la otra en mi oscuro traje de marinero.